Se conoce con el término Holocausto o Shoá a la persecución y aniquilación sistemática de los judíos europeos por parte del Estado alemán nacionalsocialista y sus colaboradores.
Este plan sistemático se desarrolló entre el ascenso al poder del nazismo en 1933 y la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Durante este período, fueron asesinados 6.000.000 de judíos.
Los judíos fueron las víctimas principales de la barbarie nazi, pero no fueron las únicas. Entre los 11 millones de civiles asesinados hubo también opositores políticos, testigos de Jehová, homosexuales, personas con discapacidad, eslavos, Sinti y Roma (gitanos) y prisioneros de guerra.
Esta sección reúne respuestas a preguntas clave sobre el Holocausto.
Está pensada como una herramienta de consulta para quienes buscan comprender en profundidad qué fue La Shoá, cuáles fueron sus causas, cómo se implementó, quiénes fueron sus víctimas, y por qué es fundamental su memoria.
A través de un enfoque riguroso y accesible, estas preguntas abordan los aspectos centrales de un proceso histórico complejo, con el objetivo de contribuir a la reflexión, la educación y la transmisión de la memoria.
El Holocausto fue la persecución y aniquilación sistemática, auspiciada por el estado, de los judíos europeos por parte de la Alemania nazi y de sus colaboradores entre 1933 y 1945. Los judíos fueron las víctimas principales, pero no las únicas: también los Romas y Sintis (gitanos), las personas con discapacidades físicas y mentales y los polacos fueron objeto de aniquilación por pertenecer a una etnia o nacionalidad definidas como inferiores. Otros tantos millones de personas, entre ellos, homosexuales, testigos de Jehová, prisioneros de guerra soviéticos y disidentes políticos también fueron víctimas de opresión y muerte en la Alemania nazi.
El término “Holocausto” es ampliamente utilizado para describir el genocidio de aproximadamente seis millones de judíos por parte de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Proviene de la palabra griega “holokauston“, que significa “sacrificio por fuego”, y se ha utilizado en el contexto histórico para referirse a la masacre sistemática llevada a cabo por los nazis y sus colaboradores.
“Shoá“, por otro lado, es una palabra hebrea que significa “catástrofe” o “destrucción” y es utilizada específicamente dentro de la comunidad judía para referirse al mismo evento histórico. La preferencia por el término “Shoá” refleja la especificidad del exterminio, enfocando en la pérdida y el sufrimiento experimentados por el pueblo judío, más allá de la connotación de sacrificio que algunos asocian con la palabra “Holocausto”.
Ambos términos se refieren al mismo evento histórico, pero “Shoá” es más utilizado por aquellos que buscan enfatizar la perspectiva y las experiencias judías específicas de este genocidio, mientras que “Holocausto” es el término más comúnmente utilizado en la historiografía general y la educación.
Resulta imposible saber con exactitud el número de víctimas judías, no obstante, las estadísticas indican que el total superó las 5.860.000 personas, aunque la mayoría de los investigadores aceptan la cifra aproximada de seis millones.
Hay que tener en cuenta que no se registraron todas las víctimas de la Shoá; hubo numerosos documentos confeccionados por los nazis y que luego fueron destruidos por ellos mismos para ocultar sus crímenes, o se perdieron, se quemaron o dañaron durante las intervenciones militares. Estos registros tenían informaciones fragmentadas que no incluían, por ejemplo, origen, nacionalidad o religión de las víctimas.
También debe considerarse que los datos estadísticos se tomaron sobre distintas fechas y a causa de las modificaciones en las fronteras, los números de víctimas corresponden tanto a ciudadanos del país como a extranjeros residentes o refugiados.
La comunidad católica no fue el blanco de los nazis por practicar la religión. De hecho, una minoría significativa de la población del Tercer Reich fue bautizada en esta fe, entre ellos algunos integrantes de la élite nazi. Los nazis trataron de debilitar la influencia y las enseñanzas de la Iglesia de manera sistemática mediante la propaganda y tomaron medidas sumamente enérgicas contra los clérigos que se atrevían a criticar las políticas del régimen.
Los miembros del clero que se negaban a aceptar el estado nazi corrían el riesgo de ser arrestados por diversas infracciones: la negativa a quitar piezas religiosas de las escuelas, la participación en procesiones religiosas, la crítica política desde el púlpito, la ayuda a enemigos públicos, como los judíos, el pacifismo, entre otras. El castigo variaba desde unos días en prisión hasta la reclusión en campos de concentración o la ejecución.
A menudo hubo miembros del clero que murieron en circunstancias ambiguas mientras cumplían una sentencia o esperaban un juicio; sus muertes fueron atribuidas oficialmente a accidentes o enfermedades. Los laicos católicos que se negaron a someterse al régimen nazi sufrieron una persecución similar.
Las autoridades nazis en los campos de concentración generalmente no registraban de qué religión eran los prisioneros, salvo en el caso de los Testigos de Jehová. En consecuencia es difícil calcular fidedignamente la cantidad total de católicos que fueron víctimas de persecución o muerte debido a alguna acción o postura relacionada con su fe católica, a pesar de que existen algunos datos acerca de la cantidad de prisioneros católicos (especialmente miembros del clero) en algunos campos de concentración.
Los judíos fueron el único grupo elegido por los nazis para una aniquilación total llevada a cabo en forma sistemática. De acuerdo con el plan nazi, todos y cada uno de los judíos debían ser asesinados. En caso de otros “enemigos del tercer Reich”, sus familiares no solían ser tomadas en cuenta.
A pesar de que no toda la población de Alemania estaba de acuerdo con la persecución de los judíos emprendida por Hitler, no existen pruebas de protesta en contra de ello.
A pesar de las amenazas y los peligros, hubo alemanes que se resistieron al boicot del 1º. de abril de 1933 y compraron en negocios judíos intencionalmente, y hubo otros que ayudaron a los judíos a esconderse y escaparse.
Al poco tiempo de instalarse en el poder, los nazis abrieron el primer campo de concentración: el 22 de marzo de 1933 inauguraron Dachau, en donde encarcelaron y trataron de forma brutal a todos aquellos considerados opositores al régimen: comunistas, socialistas, dirigentes sindicales y todo aquel que era visto como una amenaza.
Los campos fueron diseñados para acabar con la oposición y atemorizar a la población, con el objetivo de que no haya más opositores que no habrían más opositores. Dachau se convirtió así en el campo donde se entrenarían los guardias de las SS. Su primer comandante, Theodor Eicke, sentó los antecedentes de la brutalidad que habría de ser norma en otros campos.
Luego de Dachau abieron Buchenwald, Mauthausen, Neuengamme, Ravensbruck, Sachsenhausen y Bergen-Belsen. También fueron encarcelados aquí quienes eran considerados problemáticos por motivos sociales (homosexuales, Testigos de Jehová, delincuentes comunes y combatientes republicanos en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil en España).
Los trabajos forzados fueron un componente del sistema de los campos y, con el tiempo, se convirtieron en una parte central. Muchos prisioneros murieron a causa de las condiciones inhumanas de trabajo, la crueldad del personal y las terribles condiciones físicas en las que se encontraban los prisioneros.
Al poco tiempo de instalarse en el poder, los nazis abrieron el primer campo de concentración: el 22 de marzo de 1933 inauguraron Dachau, en donde encarcelaron y trataron de forma brutal a todos aquellos considerados opositores al régimen: comunistas, socialistas, dirigentes sindicales y todo aquel que era visto como una amenaza.
Los campos fueron diseñados para acabar con la oposición y atemorizar a la población, con el objetivo de que no haya más opositores que no habrían más opositores. Dachau se convirtió así en el campo donde se entrenarían los guardias de las SS. Su primer comandante, Theodor Eicke, sentó los antecedentes de la brutalidad que habría de ser norma en otros campos.
Luego de Dachau abieron Buchenwald, Mauthausen, Neuengamme, Ravensbruck, Sachsenhausen y Bergen-Belsen. También fueron encarcelados aquí quienes eran considerados problemáticos por motivos sociales (homosexuales, Testigos de Jehová, delincuentes comunes y combatientes republicanos en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil en España).
Los trabajos forzados fueron un componente del sistema de los campos y, con el tiempo, se convirtieron en una parte central. Muchos prisioneros murieron a causa de las condiciones inhumanas de trabajo, la crueldad del personal y las terribles condiciones físicas en las que se encontraban los prisioneros.
A partir de 1939, los nazis establecieron los guetos en Europa Oriental como parte de su plan sistemático de aniquilación. Eran sectores en las grandes ciudades poblados exclusivamente por judíos, que habían sido obligados a trasladarse de otros sectores de la ciudad o de la periferia. Agrupar a los judíos en los guetos, aislarlos y quebrar su espíritu y su fortaleza física, no fue más que una etapa en el camino a los campos de concentración y exterminio. Para lograr este quiebre, los nazis crearon condiciones de vida muy duras, con la población hacinada en las habitaciones de las viviendas, con una dieta alimentaria reducida en calorías, sin medicamentos, y donde las enfermedades comenzaron a diezmar a la población, con el consecuente aumento de la mortandad de niños y adultos.
Los guetos abarcaban un área superpoblada y restringida y la salida era penada con la muerte.
Un campo de exterminio masivo es un campo de concentración con equipos especialmente diseñados para asesinar en forma sistemática.
Existieron seis campos de esta clase: Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobibor y Treblinka; todos estaban ubicados en Polonia.
Con respecto al conocimiento de la “Solución Final” por parte de sus potenciales víctimas, hay que tener en cuenta varios puntos clave. En primer lugar los nazis no difundieron la “Solución Final” en forma abierta. Se hicieron todos los esfuerzos necesarios para engañar a las víctimas y así prevenir o minimizar la resistencia.
Cuando los prisioneros eran llevados a los campos de concentración se los forzaba a escribir cartas a sus familiares contando acerca de las maravillosas condiciones de su nuevo lugar de residencia. Los alemanes hacían todo lo que estaba a su alcance para garantizar la confidencialidad.
Puesto que cada comunidad judía europea se encontraba casi totalmente aislada, eran pocos los lugares donde se tenía información.
Los corresponsales extranjeros escribieron sobre las acciones antijudías nazis más importantes que tuvieron lugar en Alemania, Austria y Checoslovaquia antes de la Segunda Guerra Mundial ya que las medidas previas a la ‘Solución Final’ fueron informadas a la prensa y por ende se hicieron públicas.
Una vez comenzada la guerra se hizo más difícil obtener información, pero a pesar de ello se publicaron informes acerca del destino que se les daba a los judíos. Aunque los nazis no divulgaron datos sobre la “Solución Final”, menos de un año después del comienzo del asesinato sistemático, Occidente ya conocía algunos detalles.
Resulta difícil calcular la cifra exacta de judíos que pudieron escapar de Europa con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial ya que las estadísticas con las que se cuenta son incompletas.
Entre 1933 y 1939, 355.278 judíos alemanes y austríacos abandonaron sus hogares. Algunos inmigraron a países que posteriormente fueron tomados por los nazis. Durante el mismo período 51.747 judíos europeos llegaron a Argentina, Brasil y Uruguay. Shanghai, en China, la única parte del mundo donde no se necesitaba visa para entrar, recibió alrededor de 20.000 judíos europeos, la mayor parte de origen alemán que se habían escapado de sus hogares.
Mientras el Tercer Reich se tambaleaba y caía el Frente Este, el jefe de las SS Heinrich Himmler dio la orden de que los Aliados no hallasen prisioneros con vida. A finales de 1944, los alemanes comenzaron a evacuarlos de los campos de Polonia y del Este de Prusia.
En abril de 1945, la evacuación de los prisioneros se extendió a los campos de concentración de Alemania y Austria. En mitad del crudo invierno, los prisioneros eran trasladados a pie, por medio de inaguantables marchas forzadas que duraban semanas. Su supervivencia dependía de lograr esquivar los peligros que surgían en el camino y la brutalidad de sus supervisores, que acababan con todo aquel que vacilase o tratase de escapar. Este asesinato masivo de cientos de miles de prisioneros continuó hasta el día en el que se rindieron los alemanes.
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